Aún hoy, después de tres años, me resulta sorprendente haber llegado a tomar los mandos de este grupo teatral que cada año, o al menos eso intentamos, llena las butacas de nuestro querido teatro.

Todo comenzó como suelen comenzar las mejores historias: con una idea casual, sin intención de ser algo más que una simple opinión, y, ya que estamos en tierra de Gigantes, con un quijote atrevido que confió en que esa idea podía llegar a dar los mejores frutos.

En este caso, mi Quijote, la persona que confió más en mí que yo misma y que, sin reparo alguno, me dio el empujón a los escenarios fue mi gran compañero de vida, mi mejor amigo, mi hermano; o, como todos lo conocéis ya, el famoso Mone. Poniéndome un poco entre las cuerdas, me introdujo en este mundo tan sacrificado y maravilloso, cuyas sensaciones son realmente difíciles de describir.

No puedo decir que en un principio fuese la ilusión de mi vida. Nunca me había planteado la idea y ni tan siquiera sabía aún lo que conllevaba ni cómo llevarla a cabo. Tenía que controlar tantas cosas que me asusté ante la imagen de un resultado nefasto, pero nuestra Hermandad necesitaba, y sigue necesitando, al grupo de teatro y una negativa por mi parte no era factible. Menos mal que mis compañeros, con su paciencia, su experiencia y su ayuda incondicional, suplieron con creces mi inexperiencia. Ellos me enseñaron todo lo que necesitaba saber y, ensayo tras ensayo, se convirtieron en grandes amigos. Me llevo muchas cosas buenas de esta experiencia, pero dudo mucho que alguna pueda equiparse a ellos.

Y así comenzó esta gran andadura que espero dure muchos años más.

Mi primera experiencia sobre las tablas, o más bien detrás de ellas, vino de la mano de Eloísa está debajo de un almendro, de Jardiel Poncela. Siempre guardaré esta obra en un rincón muy especial de mi memoria. Con ella llegaron por primera vez el agobio, la incertidumbre, el miedo al fracaso, la tensión, las largas noches de ensayo, los nervios finales,.. Sin embargo, también llegaron las risas entre compañeros, la complicidad, los cumpleaños que tantos buenos momentos nos han dejado, los gestos de cariño, el bullicio, el orgullo y la satisfacción del trabajo bien hecho por parte de todos y, por último pero no menos importante, llegaron los aplausos y el calor del público.

Llegar a representar esta obra supuso un camino largo, puesto que el teatro nunca es una empresa fácil y en ocasiones es muy sacrificado. Representar una obra no son solo los tres días que la gente puede disfrutar en el teatro, sino que lleva muchísimo trabajo detrás. Un trabajo, a veces ignorado, que solamente conocen aquellos que, como nosotros, tienen este arte como hobbie.  A veces se hace duro, sacrificamos muchas cosas por horas de ensayo y preparativos, pero la recompensa hace que merezca la pena.

Tras Eloísa vino El médico a palos, de Moliere, obra mucho más tranquila que la anterior. Menos personajes, más tiempo de ensayo y nuevos compañeros ya insustituibles. Si es cierto que los nervios nunca llegan a desparecer, la experiencia anterior hizo que se evaporase ese miedo atroz del año anterior, dejando más margen para disfrutar de cada ensayo.

Valorando ambas experiencias, e incluso teniendo en cuenta los momentos desagradables que llevan consigo la responsabilidad y la toma de decisiones, me quedo, además de con todo lo bueno, con la sensación de respeto, ilusión y nerviosismo que se crea cuando, tras colocarte en el centro del teatro, abres los ojos y ves un teatro a oscuras que se hace inmenso por momentos y te hace sentir y pensar lo grande que te viene la tarea que vas a desarrollar. Ese momento es abrumador y especial a partes iguales.

Con todo ello, ha sido y es un verdadero placer  dirigir a este gran elenco y formar parte de su grupo, por lo que actualmente nos encontramos ya con un nuevo proyecto entre manos, que espero sea tan bien acogido como los anteriores.

¡Nos vemos de nuevo en el teatro!